En estos días previos a la celebración
en México conocida como Fiesta de todos santos, en los comercios locales ya se
puede vislumbrar un gran colorido de adornos, muchos ajenos a nuestra hermosa
tradición que es la de recordar con gozo a quienes ya se nos adelantaron.
Para ello en mi hermoso
pueblo, las familias se preparan de diversas maneras, desde la engorda de los
pollos, gallinas, guajolotes o totolas para el delicioso mole, o la molienda
del cacao para la inigualable bebida con la que se recibe por la mañana a las
almas, el chocolate.
Así empiezan los preparativos
y no se puede olvidar encargar el pan de muerto, el resobado, y el exquisito
Pan de yema, para este tiempo es mi preferido, a mí me encantan los que hace mi
cuñado Saúl Pérez, tiene un sabor peculiar y distinto a todo el pan de yema que
he probado, pero mi madre siempre lo encarga con otra señora muy conocida
también, ella a cada pan le pone el nombre del difunto que se le indica, muy
colorido y con la típicas calaveritas de pasta.
Se compran velas de cera
blanca con tiempo anticipado para que no falten, se asea la casa y se van a
limpiar las tumbas y todo el cementerio.
Cada año dejaba mi hogar familiar para llegar a la casa de mi madre y
participar de esa mística tradición, el olor a las flores de yagüee me endulzan el alma. Antes de salir
ponía en la mesa un vaso con agua, una botellita de mezcal y unas frutas, mi
hijo mayor por cuestiones escolares siempre se quedaba en casa.
En un día que hablamos por
teléfono me dijo: ¿Mamá cuando regresas? tu papá llegó cuando te fuiste, ¿cómo?
No Sali de mi asombro e insistí, ¿por qué dices eso?
-Recuerdas que el año pasado
que no pudiste ir a Oaxaca pusiste un altarcito y llegó una gran mariposa negra
que se posó en una de las esquinas de la casa muy cerca de la ofrenda? -Si lo
recuerdo, pues ahora igual Mamá, aquí está la mariposa en el mismo lugar, no se
mueve para nada, es tu papá que vino a visitarte.
Recuerdo muy bien que a
nuestro regreso a casa, lo primero que hice fue entrar y buscar la mariposa,
efectivamente allí estaba todavía, como si estuviera esperando pacientemente.
Me acerqué y coloqué un gran
vaso de agua y unas frutas al tiempo que le hablaba con todo mi cariño como si
él pudiera escucharme, después de unos minutos, voló y Salió de la casa, y con
lágrimas en los ojos le dije: ¡Hasta el próximo año mi viejo!